La variedad es lo que hace a la vida; el grito desesperado y silencioso por una vida monótona, el placer de sentir, las insoportables y misteriosas realidades y pensamientos, la atracción y miedo por lo desconocido, el terrible llanto que a veces reprime cada una de las almas humanas, así como los fascinantes anhelos que alberga un corazón, son panoramas que permiten experimentar de forma desbordada muchas sensaciones totalmente contrarias: la dicha espontánea o la desgracia irremediable.
Lo inimaginable conlleva lo fructífero, pero también lo indeseable, solamente hay que entender que los desniveles emocionales son necesarios para una vida menos rutinaria, pero eso no justifica una vida desmedida y entregada a la irracionalidad sea lo idóneo. He ahí el problema: la falta de equilibrio y control.
Unos caen en lo cotidiano, y otros en el desenfreno, los primeros en el afán de poseer paz y estabilidad tratan de ser correctos y “cuadrados”, los segundos con tal de no experimentar alguna vez “aburrimiento”, tan sólo de pensarlo les horroriza, entonces actúan bajo el precepto de la propia convicción y el placer, el egoísmo les hace eco a ellos, pues procederán con impulso y emoción.
A largo plazo, los tranquilos sufren hartazgo y los otros, viven presos por la búsqueda de constantes estímulos que les provoque una satisfacción excesiva. Es una posible consecuencia, pues sí hay quien intenta compensar sus días, y los equilibra, pero se requiere de dedicación personal, disposición y reflexión.
Las almas hedonistas y espirituales
“El cuerpo es el sentido de la vida”. Aristipo de Cirene
En conceptos más avanzados el filósofo Aristipo de Cirene, cultivó una doctrina filosófica llamada hedonismo, en la que anteponía al placer como bien supremo de la vida humana. Él decía que en una parte del alma había suavidad y regocijo, denominado placer y, en el otro lado reinaba lo áspero, que representaba dolor. Finalmente, para Cirene, el placer pretende reducir el dolor, el cual conducirá a la felicidad.
En términos filosóficos aquellos voraces del deleite son hedonistas, y no miden el daño que podrían causarse, sino se detienen en algún momento. Son como una serie de vicios, pero que generan un éxtasis indudable, y las actividades son diversas para sentir una gran adrenalina, desde perseguir al placer carnal de forma obsesiva hasta deseos más pasionales y propios que a la persona le causan excitación. Existen desde los más sencillos como comer y beber hasta los más complejos y raros como crear escenarios que impulsen ese sentimiento como los fetiches. La lista es interminable, pues el hedonismo también consiste en deseos ocultos y que no se manifiestan abiertamente.
El punto es que uno no se puede envolver únicamente en esta doctrina, ya que la espiritualidad es esencial para realizar una introspección, la cual deben practicar todos los humanos cada cierto tiempo. Y los que viven en medio de la cotidianeidad y el hartazgo deben saber que de vez en cuando sí hay que ser hedonistas, de manera responsable. Un hedonista responsable, quizá algo difícil de lograr.
La relatividad del éxito
El éxito es lograr aquello que uno le otorgue prioridad; pero sí influirá en ser una persona hedonista, espiritual o que se la pasa sacrificándose, ninguna determina que tan exitoso se convertirá, pero lo mejor es el “equilibrio”, pues ha habido un sinfín de escritores ejemplares que sus actos eran hedonistas, pero su vida acabó pronto y desastrosa, pero pasan a la posteridad. Y los que perseveran y se sacrifican, en ocasiones obtienen riquezas materiales, pero porque siempre fue su propósito principal. Lo que sí se puede definir es que depende de las metas propias unas serán más fáciles de efectuar, de acuerdo a la personalidad fogosa o pasiva.